Hace unos cuantos años, antes de la era del móvil, cuando salías a la calle tan alegremente sin uno y no pasaba nada, conocí a un chico muy persistente. A priori, no era precisamente mi tipo, pero yo me sentía sola, él tenía mucha labia y las frases al oído, llenas de dobles sentidos eran más de lo que podía soportar. Me convenció para quedar dos noches después en su barrio.
Quedamos a las diez en un bar estrecho que da a dos calles, en el Madrid de los Austrias. Me presenté con diez minutos de antelación, alegre, canturreando por la calle. A las diez y cuarto entré a pedir algo fresco que me ayudara a esperar. El bar daba a dos calles, así que me bebí la consumición de dos tragos y salí. Justo en la esquina, tenía una visión total de la situación. Daba paseítos cortos alrededor del bar y la clientela empezaba a mirarme con una mezcla de pena y extrañeza. Su portal estaba a cien metros escasos, pero no me atrevía a llamar. Me acercaba al telefonillo y volvía rapidito a la esquina junto al bar. Veía a gente entrar y salir, saludar a sus citas que sí llegaban; les miraba abrazarse, besarse, irse hacia otros sitios. A las once y media, llamé una vez, dos, diez veces, sin obtener ningún resultado. A las doce, empecé a dudar de mí misma. “No puede ser. Entendí mal la hora o el sitio”. Volví a la barra del bar, escudriñé hasta el último rincón de ese sitio minúsculo, aún a riesgo de ser desconsiderada con los clientes, que empezaban a odiarme. Salí, entré, fui al portal, volví al bar, bebí, meé. Empecé a pensar que algo grave le había ocurrido, algo terriblemente grave que le impedía llegar hasta allí o llamar al bar.
Por fin, a las dos de la mañana, en un último intento antes de volverme a casa, me contestó por el telefonillo. Acababa de llegar de recoger a sus suegros del aeropuerto.¡Suegros?!! Poco a poco, a cámara lenta, me fui cayendo, quedando echa un ovillo en el portal y comencé a llorar despacito. Permanecí acurrucada durante un buen rato. “Nena, eres imbécil. Levántate, coño.” Me sorbí los mocos, me pinté los morros, levanté la barbilla y me fui. Nunca más.
Muy bueno
ResponderEliminar